Ciertamente, la orografía del terreno se prestaba para llevar la vida de recogimiento y sacrificio apartada de las ciudades muy propia del cristianismo primitivo que había llegado a la zona por las vías imperiales romanas.
Desde el siglo VI, se multiplicaron en la zona los pequeños eremitorios con comunidades muy reducidas que llevaban una vida de oración y que, con la llegada del siglo XII, fueron reformados dando origen a poderosos monasterios, en primer lugar benedictinos, y más tarde cistercienses.
Si la regla benedictina exigía que sus monasterios estuviesen en un ambiente rural convirtiéndose en verdaderos centros económicos dentro de sus dominios, los cistercienses, llegados a Galicia a mediados del siglo XII, todavía van a reforzar más su contacto con la tierra convirtiéndose esta en la máxima expresión de su vocación de austeridad y simplicidad.
Los viejos eremitorios no fueron suficientes para acoger a estas nuevas comunidades monásticas que dedicaron un importante esfuerzo humano y económico a la construcción de nuevas iglesias siguiendo el primer estilo paneuropeo: el románico.
Surgen así iglesias que, a pesar de su posición geográficamente periférica con respecto a los grandes centros del románico del momento como Santiago de Compostela, supieron atraer a artistas de primera categoría para crear obras que se encuentran entre los hitos más relevantes del arte medieval.
La afortunada conservación de la mayoría de estas iglesias ha llevado a hablar, sin ningún rubor, de la mayor concentración de arquitectura románica de Europa.
Por otro lado, los benedictinos y especialmente los cistercienses serán los protagonistas de una verdadera revolución agraria introduciendo nuevas técnicas de cultivo y roturando nuevas tierras para aumentar la producción agrícola incluso en los lugares orográficamente más complicados.
La producción vinícola alcanzó entonces una especial relevancia por dos sencillas razones. Por un lado, el vino, debido a una fuerte tradición heredada de los romanos, era la bebida privilegiada en la Edad Media.
Por otro, su producción era necesaria por evidentes causas litúrgicas ya que era imprescindible para la celebración de la Eucaristía en los altares de las iglesias monásticas.
En esta idea es, de hecho, donde se encuentra la mayor unión entre vino y sacralidad en el contexto de la Ribeira Sacra.
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